jueves, 16 de septiembre de 2010

La tecnología en la sociedad de fin de siglo
José Sanmartín, Universidad de Valencia

Mi objetivo en este artículo es doble. Por una parte, intento interpretar la historia del ser humano como un proceso creciente de desadaptación de la naturaleza y, a la vez, de adaptación al entorno tecnocultural que él mismo ha ido construyendo sobre aquella. Ese entorno está hecho de artefactos.

Desde un punto de vista técnico, los componentes de ese entorno parecen fácilmente identificables como artificiales. En el siglo XX hemos empezado a producir copias o réplicas de cosas naturales con tal arte que resulta prácticamente imposible distinguir entre unas y otras. Hoy y en algunos casos, resulta difícil, cuando no imposible, diferenciar entre lo natural y lo artificial.

Para construir artificialmente entidades naturales (valga la paradoja), hemos penetrado primero con nuestras tecnologías en el meollo de la naturaleza: en el núcleo atómico o el núcleo celular. Unas veces, provocando y controlando cadenas de deterioro radiactivo, hemos generado artificialmente elementos naturales. En cierto modo, hemos hecho así realidad el sueño de los alquimistas de transmutar unos elementos en otros. Otras veces, hemos entrado en el libro de la vida, en el genoma de diferentes especies vegetales y animales, y hemos identificado y secuenciado algunos de sus genes. Hemos sido capaces, más tarde, de construir réplicas de estos genes. En casos que nos convenía, hemos insertado tales réplicas en el material hereditario de algún ser vivo, por ejemplo, una bacteria. De modo que, cuando ésta se ha duplicado por mitosis, ha duplicado todo su material hereditario, incluido el gen extraño.

En definitiva, en el siglo XX, más en concreto en su segunda mitad, se ha producido un cambio cualitativo notable en la construcción de nuestro medio. Y nunca mejor dicho lo de “nuestro”, porque es a ese entorno tecnocultural que vamos interponiendo entre nosotros y la naturaleza al que nos hemos adaptado progresivamente conforme nos hemos alejado de la naturaleza. El entorno tecnocultural, hecho de zapatos y farolas pero también de sorollas e ideologías, forma una especie de red o malla echada sobre la naturaleza. Se trata de una malla en crecimiento que cada vez es más tupida y que, por tanto, permite que la naturaleza se filtre cada vez a través de sus agujeros. Es esta malla la que, esencialmente, constituye nuestro medio. Y el cambio invocado al principio de este párrafo consiste en que ahora ya no nos limitamos a echar la malla por encima de la naturaleza. Ya no nos reducimos a superponer entidades (o procesos) a la naturaleza. Ahora estamos en plena recreación de la naturaleza a la vez que derrumbamos los muros entre lo natural y lo artificial. La red de la tecnocultura ya no se extiende por encima de la naturaleza; se ha metido en su interior; ha llegado hasta el meollo mismo de la naturaleza y, desde su almendra, la está reconstruyendo. Podemos llamar “tecnonaturaleza” a esta suerte de naturaleza artificialmente construida.

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